La brisa marina agitaba mi pelo en aquel atardecer. Acaba de llegar a aquella playa
después de 10 horas de vuelo y 2 de coche desde el aeropuerto. Pero allí estaba, por fin. Este era el final de los grandes esfuerzos, pero el comienzo de otro nuevo trabajo.

Era una casa preciosa, acogedora, de madera blanca con una gran terraza. La luz se colaba entre las cristaleras del salón y las cortinas ondeaban al son de la brisa. La casa estaba iluminada y sin un solo mueble, era muy espaciosa.
Subí las escaleras para
concienciarme de que no era solo un sueño, sino una realidad. Entre en aquella imperial habitación y era como me la había imaginado, dos grandes ventanales de cuerpo entero quedaban paso a una terraza con vistas a la playa y entre las ventanas un espacio para una
gran cama. En la parte derecha había un pequeño corredor hacia un vestido y hacia la izquierda un baño.
Pensé en el largo camino que había recorrido y los esfuerzos y sacrificios que había tenido que hacer, todos aquello valía bastante mas. Oí que alguien llamaba a la puerta, imagine que era
mujer de la inmobiliaria para dar la entrada de la casa, baje las escaleras a la carrera esperando encontrarme con una persona bastante adulta, o eso me había parecido por
teléfono, cuando hable desde España, pero en vez de eso, la última persona que esperaba encontrar
allí,
apareció. Plantificada en la puerta de mi nueva casa, esperando a que reaccionase, comenzó a hablar.
- Se que no me esperabas, pero has cambiado y quiero que esto pueda ser algo permanente.
Intentemoslo.
Y allí estaba yo, asustada. ¿Sabéis lo que hice? Me tire a la piscina si, y de cabeza.